Simón Rodríguez
Por Eduardo Galeano
Por frases como estas a Simón lo llamaban El Loco:
–Somos independientes, pero no somos
libres. La sabiduría de Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son, en
nuestra América, dos enemigos de la libertad de pensar. Nuestra América no debe
imitar servilmente, sino ser original.
libres. La sabiduría de Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son, en
nuestra América, dos enemigos de la libertad de pensar. Nuestra América no debe
imitar servilmente, sino ser original.
Y también:
–Enseñemos a los niños a ser preguntones, para que se acostumbren a obedecer a
la razón: no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los
estúpidos. Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo
compra.
Don Simón decía locuras, y hacía locuras.
–Enseñemos a los niños a ser preguntones, para que se acostumbren a obedecer a
la razón: no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los
estúpidos. Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo
compra.
Don Simón decía locuras, y hacía locuras.
Allá por mil ochocientos veinte y
pico, sus escuelas mezclaban a los niños y a las niñas, a los pobres y a los
ricos, a los indios y a los blancos, y también unían la cabeza y las manos,
porque enseñaban a leer y a sumar, y también a trabajar la madera y la tierra.
pico, sus escuelas mezclaban a los niños y a las niñas, a los pobres y a los
ricos, a los indios y a los blancos, y también unían la cabeza y las manos,
porque enseñaban a leer y a sumar, y también a trabajar la madera y la tierra.
En sus aulas no se escuchaban los
latines de sacristía y se desafiaba la tradición del desprecio por el trabajo
manual. Poco duró la experiencia.
Un clamor de indignadas voces exigía la expulsión de este sátiro que ha venido
a corromper a la juventud, y el mariscal Sucre, presidente del país que ahora
llamamos Bolivia, le exigió la renuncia.
latines de sacristía y se desafiaba la tradición del desprecio por el trabajo
manual. Poco duró la experiencia.
Un clamor de indignadas voces exigía la expulsión de este sátiro que ha venido
a corromper a la juventud, y el mariscal Sucre, presidente del país que ahora
llamamos Bolivia, le exigió la renuncia.
A partir de entonces, anduvo a lomo
de mula, peregrinando por las costas del Pacífico y las montañas de los Andes,
fundando escuelas y formulando preguntas insoportables a los nuevos dueños del
poder:
–Ustedes, que imitan todo lo que viene de Europa y de los Estados Unidos, ¿por
qué no les imitan la originalidad, que es lo más importante?
Este viejo vagabundo, calvo, feo y barrigón, el más audaz y el más querible de
los pensadores de América, estaba cada día más solo, y solo murió.
de mula, peregrinando por las costas del Pacífico y las montañas de los Andes,
fundando escuelas y formulando preguntas insoportables a los nuevos dueños del
poder:
–Ustedes, que imitan todo lo que viene de Europa y de los Estados Unidos, ¿por
qué no les imitan la originalidad, que es lo más importante?
Este viejo vagabundo, calvo, feo y barrigón, el más audaz y el más querible de
los pensadores de América, estaba cada día más solo, y solo murió.
A los ochenta años, escribió:
–Yo quise hacer de la tierra un paraíso para todos. La hice un infierno para
mí.
Simón Rodríguez fue un perdedor.
Según la escala de valores de este mundo, que sacraliza el éxito y no perdona
el fracaso, los hombres como él no merecen memoria.
Pero, ¿acaso no está vivo don Simón en la energía de dignidad que hoy recorre
nuestra América de norte a sur?
¿Cuántos hablan por su boca, aunque no lo sepan, como hablaba en prosa aquel
personaje de Molière que no sabía que hablaba en prosa?¿Acaso don Simón no nos
sigue enseñando, un siglo y medio después de su muerte, que la independencia es
otro nombre de la dignidad? Es verdad que todavía pesa, y mucho, la herencia
colonial, que aplaude la copia y maldice la creación y admira, como denunciaba
don Simón, las virtudes del mono y del papagayo.
Pero también es verdad que son cada vez más los jóvenes que sienten que el
miedo es una cárcel humillante y aburrida, y libremente se atreven a pensar con
sus propias cabezas, sentir con sus propios corazones y caminar con sus propias
piernas.
–Yo quise hacer de la tierra un paraíso para todos. La hice un infierno para
mí.
Simón Rodríguez fue un perdedor.
Según la escala de valores de este mundo, que sacraliza el éxito y no perdona
el fracaso, los hombres como él no merecen memoria.
Pero, ¿acaso no está vivo don Simón en la energía de dignidad que hoy recorre
nuestra América de norte a sur?
¿Cuántos hablan por su boca, aunque no lo sepan, como hablaba en prosa aquel
personaje de Molière que no sabía que hablaba en prosa?¿Acaso don Simón no nos
sigue enseñando, un siglo y medio después de su muerte, que la independencia es
otro nombre de la dignidad? Es verdad que todavía pesa, y mucho, la herencia
colonial, que aplaude la copia y maldice la creación y admira, como denunciaba
don Simón, las virtudes del mono y del papagayo.
Pero también es verdad que son cada vez más los jóvenes que sienten que el
miedo es una cárcel humillante y aburrida, y libremente se atreven a pensar con
sus propias cabezas, sentir con sus propios corazones y caminar con sus propias
piernas.
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